Curiosas y en ocasiones lamentables paradojas suelen presentarse, ya sea en forma inmediata a los hechos, ya sea con el correr del tiempo, estas últimas jamás imaginadas.
Veamos, el 4 de abril de hace cincuenta años fue asesinado Martin Luther King, Jr. Nacido en Alabama y convertido en pastor de la Iglesia Bautista Ebenezer. Fue un hombre de firmes y profundas convicciones que lo hizo luchar por el reconocimiento de los derechos civiles de los afroamericanos. Su lucha se distinguió por jamás recurrir a la violencia, se hizo famoso aquella proclama discursiva: “yo tengo un sueño” proclama que fue el distintivo de sus miles de seguidores. Si bien la cultura discriminatoria que se dirigía a los afroamericanos sino a todos aquellos colectivos de minorías, ya sean adultos mayores, niños abusados, personas con discapacidad, indígenas, trata de mujeres, personas de diferentes preferencias sexuales; ha disminuido, muy lejos estamos de ostentarnos como sociedad incluyente, hablo de todos los países del mundo, si bien hay notorios avances en algunos de ellos.
Para confirmarlo solo basta mirarnos en el espejo roto de la realidad. Martin Luther King fue un personaje de limpia conciencia, lucho por sus convicciones siendo siempre congruente con el fin que perseguía, se distanció de la violencia como recurso, sabía que de esa manera accedía a la solidaridad, vivió cercanamente los injustos prejuicios que convertían en víctimas a seres humanos inocentes, personas antes que nada, conocía la crueldad que genera la discriminación y además estaba consciente de que su vida corría peligro, ni eso lo doblego para evitar alcanzar sus anhelos y sus esperanzas. Transcurridos 50 años de su asesinato, ocurrido en la ciudad de Memphis, un francotirador artera y cobardemente le plantó una bala en la cabeza apagando su vida más no su causa. No debemos guardar en el anonimato su legado, por el contrario la tarea de su admirable sacrificio es hacerlo omnipresente.
Hacerlo omnipresente ante la paradoja que significa que después de 50 años, aparece un personaje que ejerce la presidencia de los Estados Unidos con una gigantesca y malévola miopía en el tema de la cultura de la inclusión, detesta sin ocultarlo todos aquellos que pertenecen a grupos minoritarios o vulnerable, Trump ha resucitado las historias ignominiosas que históricamente he generado la discriminación, historias que muchos creíamos superadas, cada palabra suya lleva el acento de lo irracional, de la discriminación, toma iniciativas que provocan alergias, alergias que en muchos de los casos conducen a la violencia y al renacimiento de odios, su postura discriminatoria genera en ciertos sectores minoritarios que se sientan extraños y temerosos en sus propios lugares, vaya en su propia casa.
Trump no aspira a ser un hombre de bien, su ADN lo dirige hacia una pasión, la ser un hombre poderoso, los únicos consejos que escucha son los de él mismo. Con su aparición como presidente de los Estados Unidos renace el estigma de tratar al prójimo como “no persona”, vive adornando sus espacios diarios con las flores negras del abuso y de los odios. Imposible calmar sus patológicas pasiones, convoca aquellas páginas de la historia manchadas por la sangre de inocentes y lo hace lleno de odio, agresión y alevosía, elimino, desde hace tiempo la palabra prójimo de su satánico diccionario. Ignora que los discriminadores representan el infierno. Paradójico que celebremos los cincuenta años del asesinato de un gran hombre Martin Luther King y la celebración la hace un presidente a punto de oprimir el botón del exterminio.