El racismo se esconde en halagos del tipo: Eres negra, pero bonita. Es un término frecuente en nuestros tiempos, según quienes la dicen es una forma de “elogiar” a una mujer que conserva sus rasgos afrodescendientes, como el color de piel o el cabello afro, pero que goza de algunos “atributos” físicos de la blancura. Con la mezcla racial se disuelve la negritud, y cuanto más disuelta, más aceptable socialmente.
He escuchado a lo largo de mi vida con algo de asombro, expresiones como: “Las mujeres negras debemos mezclarnos con un hombre blanco para mejorar la raza” y a los mismos hombres negros he escuchado decir: “Mejor tener una mujer blanca para que mis hijos sean aceptados, por si nace niña no pase trabajo al peinarse ese pelo afro “malo”, y no tenga que gastar mucho dinero en extensiones y pelucas o si nace niño para que sea atractivo ante las mujeres”.
Mientras que algunos repiten estas frases sin mayor pudor, otros sin embargo y quizás más grave, las reciben sin generar conciencia sobre su significado o siquiera atribuyéndoles un carácter ofensivo. Pero lejano de ser inocentes las expresiones sobre el color de la piel y la obsesión colectiva con la blancura se crean códigos sociales que se manifiestan en nuestras cotidianidades: ¿Quién nos parece inteligente o bello y quién no?, estas diferencias sociales básicas terminan por producir jerarquías en, la familia, el trabajo, la universidad y hasta en las mismas relaciones de pareja, donde finalmente se ven las desigualdades más profundas. Pocos temas son tan vedados como hablar sobre raza y racismo en Colombia.
En el mundo ‘moderno’ en el que vivimos, fundado en el mito del mestizaje y de la llamada democracia racial, el racismo sencillamente no existe. Y como no existe, no se discute abiertamente, no se cuestiona en las escuelas, ni se prioriza en las agendas de los gobiernos y mucho menos en la de los medios de comunicación. He escuchado decir con seguridad a personas que conozco y a desconocidos, que no hay racismo, no hay, afirman, porque existe una mezcla entre indígenas, blancos y negros. Pero a la hora de hacer un diagnóstico sobre la identidad individual, es más cómodo y por ende conveniente identificarse con el legado europeo.
No hay racismo, afirman, porque ante la ley todos somos iguales y por consiguiente tenemos los mismos derechos y oportunidades. Lamentablemente esto no es del todo cierto y los hechos hablan por sí solos y les diré por qué: Los territorios de las comunidades negras en nuestro país, por ejemplo, sufre con más fuerza el desempleo, falta de acceso a la salud, bajos salarios, falta de acceso a la educación superior, las comunidades negras y más las mujeres negras están expuestas a la violencia y la intervención en los espacios de toma de decisión pública es realmente escasa. El racismo sigue ahí vivito y coleando, y lo queremos disfrazar con frases que contienen supuestos “halagos” que lo único que hacen es aumentar el problema. El racismo está en las estructuras del poder y en las instituciones que aún nos rigen bajo parámetros heredados de la Colonia. Pero también, está inmerso en la cotidianidad, en las formas en que nos relacionamos con el otro.
Esto que lo hemos aceptado como “normal” y habita en la lógica perversa que asocia lo malo con lo negro y lo negro con lo malo: Si es negro es malvado, es ladrón, es sucio. En contraste: Si es blanco es bueno, si es blanco es puro, es perfecto. Muy pocos cuestionan esto, nadie lo refuta porque hemos preferido la negación. El “todo somos iguales y el color aquí no interesa”. Se hace necesario construir otras narrativas que confronten a esa ignorancia dolorosa, no solo del racista, sino también del homofóbico, del xenofóbico y sobre todo de los que guardan un silencio cómplice. Es de vital importancia, seguir debatiendo el concepto de raza, de su construcción, de lo que revela y de lo que se oculta.
La raza, como construcción social, importa. Entonces debería también importar la vida de aquellos que hoy por su color de piel no sólo tienen menos oportunidades, sino que también son estereotipados, juzgados e incluso asesinados. A veces se nos dificulta confrontar la realidad, más si pone entre dicho lo que hemos naturalizado y más aún cuando obliga a la auto-reflexión y al cambio en los comportamientos. Pero, si no se es capaz de reconocer la existencia del racismo, tampoco la podremos combatir.
Seguir en un periodo de negación, resguardados en la argumentación de la igualdad racial, no es factible ni equitativo. Nada, absolutamente nada justifica el racismo.
Por: Ginna Litceth Ramos Castillo