Así se suma Colombia a la crucial batalla por salvar las abejas

Así se suma Colombia a la crucial batalla por salvar las abejas

Fuente: El Tiempo

Germán Perilla desarrolla un proyecto apícola con mujeres campesinas para ayudar a revertir crisis.

Cual astronauta caída en un bosque húmedo, Johana Mesa camina despacio y en total silencio con el ahumador en una mano y con el techo de colmena en la otra, en medio de los árboles que les dan sombra a algunas plantas de café. Solo suena el crujir de las ramas que pisa y, a medida que se acerca, un leve zumbido. Ya saben que está ahí.

El sonido es más intenso a medida que se acerca, al igual que el calor que hace por el traje que lleva puesto. Decide poner en el suelo el techo e insuflar aire al interior de la cámara de combustión del ahumador. El olor a hojarasca de café empieza a expandirse por los alrededores, acompañado de los impulsos de humo que salen por la boquilla. Johana entra en su territorio, el zumbido es ensordecedor, el humo, cegador y todo se nubla.

Las abejas están ahí con Johana porque hacen parte de un proyecto en Socorro, Santander, dirigido por el científico colombiano Germán Perilla, con el que se busca empoderar a las mujeres y, en general, a las comunidades campesinas de Santander por medio de la apicultura. A la par, es una de las maneras cómo el país pone su grano de arena en la cruzada mundial para salvar a estos insectos, que en los últimos años han presentado un preocupante declive, amenazados por factores como la destrucción de su hábitat o el abuso de algunos pesticidas.

El proyecto en Colombia llegó a su segundo año con resultados notables, empezó en tres municipios y ya va por nueve. El número de familias beneficiadas pasó de 20 a 120, y son ya más de 70 las mujeres que participan en la iniciativa.

Con el tiempo, se les pierde el miedo a las abejas. Johana cambió el temor por el respeto, porque aunque ahora las trata como si fueran unas compañeras más de trabajo, eso no significa que la hayan dejado de atacar, la única diferencia es que ya entiende que eso es normal en esta labor. Con sus 30 años de vida, ya son siete meses trabajando con ellas y, aunque en un principio no iba a trabajar con las apis, le tocó encargarse de las 16 colmenas gobernadas por tan temidos insectos, porque su esposo Nelson se volvió alérgico. Si lo pica una, se muere.

Como si conversara con alguien que acaba de llegar a un puesto de trabajo, Johana habla por lo bajo mientras señala dos colmenas, y dice: “Esas dos son las más bravas. Son histéricas, cada vez que me acerco se ‘revuelan’ todas y tratan de picarme. Ya me las conozco”.

Un conocedor de las abejas

Sí, las conoce, pero no se atreve a hacer lo que hace Germán Perilla. Él no lleva guantes, abre el techo de una de las colmenas, saca uno de los cuadros móviles cargado de abejas y dice: “Ustedes saben que las abejas son furiosas y africanizadas, y que matan gente, pero realmente si uno las maneja con todo cariño…”, y con su mano desnuda recoge más de 20 de estos insectos. “Si grito es que me pican”, y no lo hace.

Sacude el marco y deja al descubierto una, a simple vista, simetría perfecta de pequeños cubículos con formas hexagonales. Entre estos, él señala con emoción cómo de una de esas perfectas celdas nacen abejas. Ya son más de cuarenta años que Perilla trabaja con ellas. Aunque colombiano de nacimiento, ha vivido gran parte de su vida en Estados Unidos, a donde llegó en 1973, cuando tenía 17 años. Mientras estudiaba biología, terminó involucrándose con las abejas.

Empezó haciendo censos de diversidad, identificación de especies; luego, a trabajar con melíponas y trigonas, y, después, surgieron proyectos en el Amazonas con los que se vendría a dar cuenta de que las abejas, más allá de la miel, de la polinización, de que de ellas depende la vida en el planeta tierra, pueden ser aliadas para proyectos sociales. Como, por ejemplo, evitar el abandono de la Amazonia.

La experiencia en el Amazonas le sirvió al científico para querer hacer más y trabajar por las abejas y por las comunidades; dos pájaros de un solo tiro. Llegó a Socorro y se dio cuenta de que allí lo podía implementar, buscó financiamiento, encontró al banco BBVA, y ha logrado que cada vez más sean las familias que empiezan a tener apiarios en sus casas.

A menos de cinco metros de la casa de Johana, hay 16 colmenas de abejas melíponas o ‘Tetraogonisca angustula’, más conocida como Abeja angelita, porque no tienen aguijón. Perilla, al comienzo del proyecto, pensó hacerlo solo con las apis (género de abejas con aguijón). Pero si quería generar un impacto en las mujeres campesinas, entendió que lo mejor era ajustarse a sus necesidades.

“Teníamos que ser consecuentes con la realidad social de la región. Si vas a trabajar con apis, tienes que alejarte del hogar, pues son peligrosas; pero si la mujer se aleja, genera conflictos en la familia. La solución fue trabajar con la ‘Tetraogonisca’ que, aunque produce menos miel y es 10 veces más cara, no pica y puede estar cerca de la casa”, dice.

Así, mujeres como Johana empiezan a tener un rol económico en el hogar y se empoderan. “En el programa, el 80 por ciento de quienes trabajan con las melíponas son mujeres, y con las apis el porcentaje es menor”, explica Germán.

La miel no es fácil de vender en el pueblo porque a veces la pagan a un precio muy bajo que no corresponde al trabajo que hay detrás. Entonces, le toca esperar un tiempo para ofrecerla a mejor precio. “Las abejas son los únicos insectos que producen alimento consumible por los humanos, y la miel es no perecedera. Por lo tanto, el campesino productor no está sujeto a la presión del mercado. Si saca una botella de miel y no la vende hoy, la puede guardar hasta un año o dos”, explica Perilla.

El proyecto no es solo entregar las herramientas, tanto físicas como de conocimiento, sino también generar una estrategia comercial que permita que las comunidades se apropien del negocio, pues lo frecuente es que el intermediario se lleva la mayor ganancia.

Johana ya ha logrado, inclusive, reproducir sus colmenas: tiene tres nuevas y están en la primera cámara de cría. “Además de que en un futuro nos generará mayores ganancias económicas y que me encanta trabajar con las abejas, sé que este trabajo ayuda mucho para el medioambiente y también para polinizar los otros frutos que producimos en la finca”, dice la joven, mira a Germán Perilla frunciendo el ceño y le dice: “Es que sin abejas, todo se acaba, ¿no?”.

La solución fue trabajar con la ‘Tetraogonisca’ que, aunque produce menos miel y es 10 veces más cara, no pica y puede estar cerca de la casa

La de Johana es una preocupación global. Recientemente, el Instituto Earthwatch declaró a las abejas como el ser vivo más importante del planeta y, a la vez, alertó sobre su inminente desaparición. De ahí que desde diversas organizaciones internacionales, se han promovido proyectos como este. Aunque hay diferencias en los cálculos, la verdad es que el problema es real y preocupante. Se ha dicho que las abejas han desaparecido hasta en un 90 % en el mundo. Y las pérdidas anuales del periodo 2016-2017 de colmenas de abejas melíferas en América Latina son escandalosas. Y de acuerdo con una investigación de la Universidad Nacional de Colombia, debido al uso de agroquímicos, en el país desaparecen más de 10.500 colmenas cada año.

El director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO), José Graziano da Silva, ha llamado la atención y ha resaltado la importancia de cuidar a las abejas: “Un mundo sin polinizadores sería un mundo sin diversidad de alimentos, y a largo plazo, sin seguridad alimentaria”.

Son más de 20.000 especies de este insecto las que existen en el mundo. “Si estas se extinguen, no es que estemos en problemas, es que es el apocalipsis, porque el 80 por ciento de la polinización en el mundo se da por medio de ellas”, asegura Perilla.

Aunque es poco probable que esto ocurra pronto, lo que preocupa, a corto plazo, es la crisis de la apis. Dos problemas afectan a la especie. Por un lado, los monocultivos, y, por otro, ciertos agroquímicos.

“Si las abejas se alimentan del néctar de la misma planta y no tienen una dieta variada, deriva en una desnutrición”, explica el experto, y en cuanto a los agroquímicos, cuenta que en los años 90 se desarrollaron los neonicotinoides. Esta sustancia se riega en los cultivos o se introduce en la semilla como un fumigante, y aunque no mata inmediatamente a las abejas, sí se acumula en sus cuerpos y les afecta el sistema nervioso, su herramienta básica de orientación.

Si se extinguen las 20.000 especies de abejas, no es que estemos en problemas, es que es el apocalipsis, porque el 80 por ciento de la polinización en el mundo se da por medio de ellas

Crisis alimentaria global

Las consecuencias de la muerte de estas abejas derivaría en una crisis alimentaria mundial, pues un tercio de los alimentos que consumimos son polinizados por ellas. La Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (Ipbes, en inglés) expuso en su primer informe, divulgado en 2016, que de 5 a 8 % de la producción agrícola mundial —entre 235.000 y 577.000 millones de dólares— depende directamente de la acción de los polinizadores en las cosechas (cereales, frutas, etc.). Se calcula que tres de cada cuatro cultivos que producen frutos o semillas para consumo humano dependen, al menos en parte, de los polinizadores.

La ausencia de las abejas supondría eliminar gran cantidad de alimentos nutritivos de nuestras dietas, incluidas papas, cebollas, fresas, coliflor, pimiento, café, calabazas, zanahorias, manzanas, girasoles, almendras, tomates y cacao. Y no solo se afectaría la producción agrícola sino también la ganadería, pues, por ejemplo, el heno con el que se alimenta el ganado es polinizado.

Colombia ha dado pasos importantes en la sostenibilidad y el manejo de abejas, aunque aún hay insensibilidad frente a la importante función de estos polinizadores. Ya existe una legislación a nivel del Congreso para protegerlos, una ley que ha sido producto de entender y concientizar sobre la vital importancia de las abejas.

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