Fuente: El Espectador por Karen Viviana Rodríguez Rojas.
En la cultura igbo, la oscuridad significa terror entre la gente. En las noches sin luna, a los niños se les impedía silbar por miedo a los malos espíritus. Las aldeas eran silenciosas. Todos los que allí vivían ansiaban el brillo de la luna para poder ir a jugar a los campos y escuchar los sonidos del ogene. un instrumento hecho con hierro y con la forma de una campana no común, pues, dicen ellos, lleva en su sonido la historia de un pueblo al sudeste de Nigeria, en África. La tribu construye cada ogene como un ritual. Los une.
En esas tierras secas e infernales nació Chinua Achebe, en medio de cinco hermanos, con dos papás recién convertidos al cristianismo: Isaiah Achebe y Janet Anaenechi. La familia, procedente de la comunidad de Ogidi, siguió dos formas de vivir: las tradiciones igbo y la religión occidental. Sin embargo, Achebe, criado por su abuelo, se quedó ahí, dentro de la cultura que llevaba más tiempo en su sangre.
Achebe retrató su pueblo en la novela Things Fall Apart (Todo se desmorona), publicada en 1958. La historia de Okonkwo, un líder y campeón local de lucha en Umuofia —uno de un grupo de nueve pueblos ficticios en Nigeria— fue la historia del autor: sus costumbres, la sociedad de los igbos y la influencia del colonialismo británico y los misioneros cristianos en su comunidad a finales del siglo XIX. La obra apareció dos años antes de que terminara el gobierno británico en Nigeria.
Antes de que Achebe fuera catalogado por la nobel sudafricana Nadine Gordimer como el padre de la literatura moderna, fue el referente literario de Nelson Mandela mientras estuvo en prisión. Fue un joven que, mientras estudiaba historia y teología en la Universidad de Ibadán, Nigeria, escribía cuentos con las historias que su madre y hermana le habían contado cuando era niño. Viajaba a sus recuerdos para narrar todas esas ceremonias tradicionales de su tribu y convertir a esas personas altas, fornidas, con cejas tupidas y narices anchas, en los protagonistas.
Sus primeros textos conocidos fueron ensayos y cartas sobre la filosofía y la libertad en la academia. Para cuando escribió su primer cuento, In a Village Church, había leído tantos libros donde los negros son esclavos y los blancos buenos, que decidió marcar un estilo que se repetiría en sus obras posteriores. Combinar detalles de la vida rural de Nigeria con los íconos cristianos. Romperlo todo.
Escribía cosas como: “No hay ninguna historia que no sea cierta… El mundo no tiene fin, y lo que a unos les parece bueno a otros les parece una abominación” (Todo se desmorona); “Sólo la historia… salva a nuestros descendientes de tropezar cual limosneros ciegos con las púas de la cerca de cactus. La historia es nuestra guía; sin ella, estamos ciegos”; “La dilación es la disculpa de un hombre perezoso” (Hormigueros de la sabana); “A veces negarse a un soborno puede causar más problemas que aceptarlo” (Me alegraría de otra muerte); “La sabiduría es como una bolsa de piel de cabra: cada hombre lleva la suya. El conocimiento de la tierra también es así” (La flecha del dios).
Sus inquietudes por los conflictos que se daban entre la tradición y la modernidad lo llevaron a exponer la necesidad del diálogo entre culturas, a darle mayor importancia a la interacción entre ellas y reconocer que no hay una superioridad entre civilizaciones. Lo importante es no perder la identidad, pensaba.
Al mismo tiempo que describía su amor por su cultura, mostraba las preocupaciones por su país. Reflexionó sobre la colonización británica y los efectos que tuvo en el mundo africano: la alienación del idioma y la pérdida de sus códigos lingüísticos. En sus palabras: “Echar sus diferentes lenguas maternas y comunicarse en el idioma de sus colonizadores”.
Achebe intentó resistirse. Una vez, en medio de la secundaria, con la rebeldía de la adolescencia, comenzó a hablar en igbo. Empezaron los castigos. Aceptó aprender inglés con la furia de una bestia y lo usó para sus propios fines: difundir sus valores en la “lengua del enemigo”. En sus novelas, cuentos y poemas quedaron marcados sus emociones, anhelos, dolores, frustraciones y resistencias. Estas últimas, quizá, por ser vistos por los europeos como unos seres extraños.
La necesidad de retratar a los nigerianos como son, lo hizo escritor. Achebe no quería ver más libros en donde los suyos fueran presentados como unos salvajes, no quería que su continente siguiera siendo visto como un montón de selva o desierto, un pedazo de tierra donde sólo se crían los animales. No quería que siguieran siendo subvalorados por el resto del mundo.
La obra de ficción y no ficción de Albert Chinualumogu Acheb, conocido por su nombre tradicional Chinua Achebe —Chinualumogu (“que Dios luche en mi favor”)—, intenta reparar el daño que los colonizadores europeos le hicieron a África. Da la posibilidad de acercar al lector a esta parte del mundo a través de sus ojos, conocer sus costumbres y supersticiones. Chinua Achebe intenta regresarle la dignidad perdida a su pueblo.