Fuente: Afribuku
Por lo general, hablar de “negritud argentina” en ese país es un oxímoron, mientras para algunos significa una broma racista de mal gusto, para otros es una excentricidad. Es que en esas latitudes se suele negar el origen afro de una buena parte de la población, cuando, sin embargo, para 1800 en varias provincias el porcentaje de la población de origen africano era superior a la mitad de los habitantes. De golpe, se explica, desaparecieron. Se dice que la fiebre amarilla de 1871 en Buenos Aires los aniquiló, sumado al hecho de haber sido carne de cañón de buena parte de los conflictos del siglo XIX en esa centuria turbulenta de la historia argentina, como las guerras de independencia, los combates civiles, las duras condiciones de vida de la mayoría que incidió en una alta mortalidad y, por último como la última estocada mortal, el mestizaje que los fundió en lo argentino frente a grandes oleadas de inmigrantes blancos que los terminaron de hacer desaparecer.
Para algunos reconocer que en Argentina no hay ni hubo negros es respetar los orígenes de una nación que se supone descendida de los barcos de inmigrantes mayoritariamente italianos y españoles que venían a cumplir el objetivo de “hacer la América” a fines del siglo XIX. Sin embargo, por omisión o mera ignorancia, no cuentan que unos de los primeros descendidos de otro tipo de embarcaciones fueron muy diferentes. Hablamos del comercio más infame de la historia: la trata negrera que trasladó 20 millones de almas negras de un continente a otro. Muchos de estas denominadas “piezas de ébano” fueron destinadas a los trabajos más insalubres dentro de lo que más tarde sería territorio de la actual República Argentina. Sin duda, algo tienen que haber dejado a su paso.
A pesar de un legado que, haciendo no tanto esfuerzo es perceptible, continúa la insistencia sobre la negación. Todos participan. Los políticos también fueron implacables. Por ejemplo, un ex presidente dijo que el problema negro lo tenía Brasil, no el vecino del sur. La élite que forjó la idea del país más austral de América y lo construyó a fines del siglo XIX y comienzos del XX, como otras contemporáneas a lo largo de toda la región, buscó explicar la nación a partir de lo que ellos querían, un grupo de pertenencia que realzara el elemento blanco dentro de esa Europa que miraban con orgullo y de la cual decían descender. En consecuencia, lo indio quedó marginado y a lo afro le fue aun peor. Resultó negado y así muchos se refirieron al afroargentino como el “primer desaparecido”. Esto es un mito que se sigue repitiendo hasta el hartazgo. En realidad, hay que leer entre líneas. Al negro se lo “mató” en la palabra. No desapareció. Quienes no quieren verlo afirman que está extinto. Todo pasa por el discurso, es decir, la forma en que se construye la historia de cada país. El discurso conlleva el racismo. El ex presidente Domingo Sarmiento en la década de 1860 se vanaglorió de estar en un Congreso sin presencia negra.
Pero esta negación no se da solamente en Argentina. En toda América Latina grupos de mayor apariencia europea discriminan a los que no lo son y distan más que otros de serlo. Las élites impusieron la obligatoriedad de todos de ser blancos. Ser blanco fue sinónimo en el siglo XIX de ser moderno. Entonces, lo no blanco quedó confinado a lo primitivo e inferior, objeto de repudio. A los no blancos no les quedó más alternativa que esconderse, negando su origen.
Entonces, ¿cómo es posible ver esa presencia negada? Hay varias formas. Desde las artes, y en la impronta musical, el tango permite observar la presencia negra. Este género musical, famoso en el mundo y que automáticamente se identifica a lo argentino, esconde en sus raíces la prosapia africana y contribuye a explicar el origen de la propia identidad argentina. Con cerca de 15.000 composiciones, tiene como creador (entre otros) al afrodescendiente negro, que hasta el momento pasa desapercibido sin embargo estuvo desde los comienzos presente. Pero algunos negaron ese origen adjudicándolo a la vertiente hispana, por ejemplo. Otros sostienen que el negro no pudo haber legado nada al tango porque su número fue en franca caída durante el siglo XIX; el momento de mayor creatividad dentro del género. Finalmente, quienes reivindican el tango como algo africano van a la etimología de la palabra para explicar que deriva de Shangó, el dios yoruba del trueno o simplemente el nombre del cuero que recubre al tambor, porque el candombe de los negros (el que tocaban obligados en la cubierta del barco negrero) es el primo lejano del tango, asimismo la milonga pasó por un proceso parecido que ayudó a definirlo más tarde. La presencia del negro en el tango es visible, desde la producción hasta tangos compuestos por blancos que hablan de lo negro.
La música es imprescindible para construir la identidad de un pueblo. Pero también los marginados o “desaparecidos” la construyen. El afro lleva el ritmo en la sangre, estamos todos de acuerdo. Entonces esa vitalidad impregna al tango, sin perder la mezcla con otros elementos culturales no negros. La música popular tiene mucho que ver con el nacionalismo. El tango ayudó a definir la identidad del inmigrante europeo de 1900. Pero los blancos se han apropiado de esa identidad desmereciendo el aporte negro en sus orígenes. En la forma en que se representó al tango, si bien los primeros payadores y compositores fueron negros, hoy la típica pareja que baila es blanca. Es que los argentinos de color eran de origen pobre y hechos al margen. Los de color hicieron tango pero debieron ajustarse, como pasaba en otras esferas, al canon de producción que era bien europeizado. Les decían como componer, en síntesis. Por eso no se los aprecia a simple vista.
La música construyó identidades, pero también excluyó. Cuando la gente escucha tango, sin saberlo, de alguna forma oye música negra. Pero que no se sepa no es culpa del oyente sino de la propia historia o, en otras palabras, de historiadores, políticos y otros que han resaltado una Argentina blanca, en donde hablar de lo negro remite a lo peor y, por suerte para la mayoría, extinto. En ese sentido, en Occidente se habla de lo negro como lo negativo, el humor negro, un pasado negro, y otras tantas expresiones que denotan que si históricamente a África se le negó todo, no es fortuito que en Argentina se niegue el origen negro del tango, y al propio afroargentino se lo excluya de su historia, cuando siempre fue protagonista. Hay otra contradicción que atenta contra el mito de un país blanco. Es que la forma típica de denostar a los pobres es refiriéndose a ellos, o a los inmigrantes de países limítrofes, como “negros cabeza” (u otras formas tan racistas). Entonces, hay que empezar a sorprenderse de la frase “En Argentina negros no hay”. Se debe cuestionarla hasta el hartazgo para que no se crea que solo los locos piensan que hay negros en el país del Cono Sur. En este sentido, sumergirse en el tango argentino ofrece una puerta para romper con el sentido común.