Es interesante notar que la génesis del pensamiento racista se ubica en el momento mismo de la expansión marítima europea, el siglo XVI, si bien tiene algunos antecedentes anteriores. La ideología dominante de la época buscó y encontró una justificación religiosa a la presunta superioridad racial europea. En este sentido, adquiere uso corriente la “Maldición de Noé”. Si bien la Biblia no dice nada sobre el origen de las razas (sí lo hace el Talmud), la interpretación corriente a partir del siglo XVI fue la de que los hijos de Noé dieron origen a las distintas razas humanas.
Y precisamente Cam o Châm era el hijo de Noé que había avergonzado a su padre, ganándose su maldición, y el que había dado origen a los pueblos negros. Este estigma bíblico es un tema recurrente en la descalificación del negro, y también el que justifica su esclavización. Noé mismo habría pronunciado la condena centrándola en el hijo de Cam, Canaán:
Maldito sea Canaan; Siervo de siervos será a sus hermanos. (Génesis, 9, 25).
Esta “Maldición de Noé” o “Maldición de Cam” es asimilada, más tarde, a la negrura de la piel (Haynes, 2002). El negro, color del luto y de la contaminación, también es el color del pecado y el estigma que señala a los esclavos.
A veces había quien consideraba que no era la piel tan solo. Por ejemplo, Richard Jobson, quien comerció a lo largo de la costa africana en 1621, rehusando, por principios morales, comprar esclavos, consideraba:
“El tamaño enorme del miembro viril de los negros” prueba infalible de que eran del linaje de Canaan, quien, por haber puesto al descubierto la desnudez de su padre, había recibido una maldición en esa parte del cuerpo.” (Davis, 1968)
Quizá en esta última consideración intervenga una buena dosis de envidia o recelo, o, más probablemente, algún sentido de inferioridad cuantitativa del europeo. Pero este tipo de elaboraciones no abundan, y es ante todo la piel, mucho más visible y evidente, la que señala al maldito condenado a servidumbre. Es el caso del misionero anglicano Peter Heylyn, quien dando crédito a la “Maldición de Cam”, hacia 1660 agregaba que:
“…los negros “carecían del uso de razón que es peculiar al hombre”; que tenían “escaso ingenio y estaban desposeídos de todas las artes y las ciencias”; que eran “proclives a la lujuria y en su mayor parte idólatras”. Despedían mal olor y estaban tan enamorados del color de su piel ¡que pintaban al demonio blanco! (Davis, 1968)
Aquí debemos entender el supuesto enamoramiento hacia su piel negra como el apego a la marca del pecado y al error. ¿Cómo puede ser blanco el demonio?
Ahora bien, esta maldición y reducción a la servidumbre no implicaba una deshumanización en el contexto de la esclavitud doméstica o patriarcal imperante en la época bíblica. Así también en el siglo XVII, para muchos, el negro era maldito pero era humano, por tanto tenía derecho a la instrucción religiosa. En esa época se generó un interesante intercambio de opiniones sobre este tema. Todo comenzó a partir de si se debía o no permitir el ingreso de los negros en las iglesias. Goodwyn Morgan, que era uno de los defensores de la admisión, en torno a 1680, escribió una encendida defensa de la
humanidad de los negros. Allí decía que:
“aun cuando una piel negra fuera la marca de la maldición de Cam, ello no determina que los negros no fueran humanos. Los plantadores difícilmente emplearían animales para vigilar el trabajo de otros animales. (Davis: 1968)
Como prueba de la humanidad del negro Goodwyn Morgan señalaba que los plantadores norteamericanos los empleaban en cuidar el ganado de labor. Ese argumento no creo que fuera muy convincente entre los plantadores, pero bastaba a la buena intencionalidad de Morgan, quien denunció los maltratos a que eran sometidos los negros en Barbados. También alegó en favor de la capacidad intelectual de los negros, la posibilidad de su instrucción y mejoramiento religioso. Era un clérigo filántropo interesado en incorporar a
los negros al rebaño de Dios.
Sin embargo también estaba convencido de que, en África, los negros efectuaban “ayuntamientos antinaturales” con los monos. Esta idea, del negro como el fruto de una relación perversa entre el hombre y el mono también es un tema que se repite de autor en autor. Por algo será, por algo están tan próximos, algo habrán hecho. Por algo la mona Chita lo seguía siempre a Tarzán. John Atkins, que visitó África hacia 1730, nos cuenta que:
El mayor peligro para los viajeros proviene de un número prodigioso de simios y de monos (algunos de cinco pies de alto) que lo habitan, y que atacan a los viajeros solos, llevándolos al agua en busca de refugio, ya que estas criaturas son muy temerosas del agua. En algunos sitios los negros han sido sospechados de cometer bestialidad con ellos, y por la ternura y el afecto que bajo ciertas circunstancias expresan hacia las mujeres; la estupidez e ignorancia por la otra parte [las negras], para guiar o controlar la lujuria; pero más por el parecido cercano que a veces se encuentra entre ambas especies, todo eso lo hace a uno sospechar de esto. (Atkins, 1737)
Sin embargo, Atkis agrega que el caso no debía ser muy común, y en su relato ocupa el lugar de una curiosidad exótica. No es el caso del que fue el mayor vulgarizador de esta idea, Edward Long. Este señor, cuñado del gobernador inglés de Jamaica, residió allí a mediados del siglo XVIII y escribió la
primera historia de la isla. Tenía un conocimiento muy cercano de los negros, inmensa mayoría de la población jamaiquina, y decía que:
…los negros eran incapaces de hacer combinaciones de ideas simples que habían recibido a través de los sentidos, o de reflexionar sobre ellas. También carecían del sentido moral intrínseco que era un prerrequisito de la virtud. Y por consiguiente, no podían desear nada más que comer, beber,
10procurarse satisfacción sexual y vivir ociosos, y perseguirían
estas metas sin restricción. (Davis, 1968)
Hasta aquí todo quedaría en el estado de naturaleza, pero Edward Long va mucho más lejos en su descalificación de los africanos, dice que:
Eran un pueblo animalesco, ignorante, ocioso, artero, traicionero, sanguinario, ladrón, indigno de confianza y supersticioso.(Davis, 1968) Y para rematar la cuestión: Todos los pueblos del mundo poseían algunas buenas cualidades, salvo los africanos.(Davis, 1968)
Edward Long es el racismo sin disimulo, el rechazo visceral del otro. Así:
No realizó ningún esfuerzo por ocultar su asco por el “pelo bestial”, las “narices túmidas”, el “olor fétido o animalesco que todos tienen en mayor o menor grado”. Hasta los piojos de los negros eran negros y presumiblemente inferiores. (Davis, 1968)
Su intrínseca inferioridad los convertía en sirvientes naturales. Cuando, en los umbrales del siglo XIX, se produjo en el parlamento inglés el debate en torno a la abolición de la esclavitud, Edward Long fue citado con profusión. Es interesante ver como llega a hablar mejor de los monos, a los que consideraba parejas habituales de las mujeres negras:
Era probable que [los monos] pudieran aprender cierto grado de lenguaje y “cumplir una variedad de menudos servicios domésticos”; con “pocos esfuerzos…” podía enseñárseles tanto de las “artes mecánicas” como a cualquier negro. De África habían llegado noticias de monos que vivían en chozas construidas por ellos mismos, a las que a veces llevaban a mujeres negras. (Davis, 1968)
La unión sexual de negros y monos era para Edward Long algo perfectamente natural y razonable, así:
El chimpancé podía codiciar a las mujeres negras
llevado “por un impulso natural de deseo, como el que inclina a un animal hacia otro de la misma especie, o que presenta una conformidad en los órganos de generación.(Davis, 1968)
Pero no solamente se parecen monos y negros en sus órganos, también en sus conductas y procederes:
En el caso de los negros, el acto sexual era tan “libidinoso y desvergonzado” como el de los monos y mandriles. Y “ambas razas” compartían “una llamativa predisposición hacia la lascivia.” (Davis, 1968)
De hecho, Edward Long termina opinando en forma mucho más favorable del orangután. Todas estas consideraciones tenían un sentido muy claro: Si el negro no hubiese sido considerado como un sub-hombre no podría haber sido objeto de comercio. Esto no era nuevo, ya los agrónomos latinos asimilaban al esclavo con el ganado y los aperos. El esclavo era el instrumentum vocale, el ganado el instrumentum semivocale y las herramientas el instrumentum mutuum. Lo único que diferenciaba a unos de otros en la consideración técnica de la administración rural era su distinta capacidad para el lenguaje. (Dockés: 1984) La deshumanización era la condición básica de la esclavización, esto se reeditó en los campos de concentración nazis.
Pero, si no eran humanos, o si se trataba de subhumanos, ¿cuál sería su origen? Se buscaron otras alternativas a la cruza de especies: negros y blancos no podían tener ancestros comunes.
Luis Cesar Bou
Wilhemina
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