Fuente: El Tiempo
Pastora Catalina Ortiz ha dedicado casi todos sus 80 años a traer cientos de niños al mundo en tan solo un pedacito de Tumaco.
Lo ha hecho sin importar tener que desplazarse a lugares tan
recónditos en el litoral de Nariño, a bordo de lanchas que se mecen por las
aguas, muchas veces agitadas, del Pacífico o por ríos, las ‘principales
carreteras’ de esta olvidada región.
Tampoco le importa a qué hora le avisen. Puede salir de noche o de madrugada,
pues sabe que de ella dependen dos vidas: la de la madre y el bebé que está por
nacer. Por eso, en esta región es considerada toda una autoridad.
“Ver a un niño nacer es lo más bonito que puede haber, eso es muy lindo y maravilloso”, dice.
Esta mujer de paso lento y de habla pausada pertenece a la Asociación de Parteras La Cigüeña, en Tumaco, Nariño. Vive en la vereda El Turbo, distante una hora del perímetro urbano del municipio por una carretera completamente destapada.
“Tuve que atender una vez un parto que ahora lo llaman de alto riesgo, pues el niño nació de pie, pero para mí eso no es mucha cosa, solo hay que saber cómo recibirlo”, dice con la certeza de su responsabilidad.
En Tumaco, la partería no se enseña en los colegios ni en las universidades. Se aprende empíricamente, y ahora lucha por sobrevivir como una bonita tradición ancestral.
Este oficio tan antiguo, pero poco valorado, ha venido de menos a más. En este municipio, hace 10 años, había solo 18 parteras, pero ya se contabilizan 160, incluyendo algunos hombres que decidieron unirse para conformar la Asociación de Parteras La Cigüeña, que ya tiene el reconocimiento oficial tal y como lo hicieron sus homólogas en el Cauca, Valle y Chocó.
Cuando, en octubre de 2016, el Ministerio de Cultura decidió que la partería tradicional del Pacífico colombiano sería incluida en la lista de patrimonio inmaterial de Colombia, Mamá Tere (doña Teresa Vásquez Casierra) ya tenía en su cuenta más de 100 partos atendidos en Tumaco solo ese año.
Claudia Torres es una aprendiz desde hace cuatro años,
tiempo en el que su maestra ha sido Teresa Vásquez Casierra, la presidenta de
la misma Asociación de Parteras.
“Esto es una escuela con la misión especial de enseñar y enseñar, y que las que
están aprendiendo también sigan enseñando a otras con el fin de mantener viva
esta tradición ancestral. Los partos no los he asistido sola, ella siempre
acompañado”, dice Claudia.
De los tantos partos que ha atendido hasta ahora con Teresa, en su mente guarda
el de hace unos tres años, cuando una chica joven llegó al consultorio con
fatigas que fueron calmadas con agua de manzanilla.
“De pronto nos dijo, ‘yo no aguanto más’. Cuando yo miré, el niño ya estaba
afuera; no demoró nada, fue alto, tan bonito y tan emocionante”, cuenta.
Ella no admite comparaciones entre profesionales médicos y las parteras “porque
tienen esa vocación para salvar personas y traer vida al mundo, con un valor
único, que es amar lo que hacemos y entregarnos a eso como una cualidad muy bonita
que tenemos todas”.
Hombres en la tradición
Así como hay manos delicadas de mujeres parteras, en el caso
de Tumaco, también hay manos de hombres que practican la partería como las de
Miguel Javier Sinisterra, quien hace 20 años tomó la decisión de continuar con
esta tradición.
Sinisterra reconoce que no es muy común que sea un varón el que lo haga y que
como él solo son tres o cuatro en esa localidad de Nariño.
“Fui a visitar a la Mamá Tere a su casa; se me había dañado la moto. Cuando
llega una señora y me dice que la hija de ella estaba en labor de parto, yo
entré para mirarla sin saber nada. Aunque ya había conversado mucho con Mamá
Tere, que me había dado unas pautas, con miedo y todo comencé a aplicar lo que
ella me había enseñado”, recuerda.
Habían pasado unos minutos y faltaba retirar la placenta y cortar el cordón del
ombligo del niño cuando llegó Teresa. “Yo sentí un poco de temor, un poco de
alegría, fueron sentimientos encontrados”, afirma.
Estima que la partería, sobre todo, es una labor social y humana. “Hay sitios
en donde no hay un puesto de salud, no hay dónde comprar una aspirina”, indica.
Miguel, además de traer al mundo niños, es el único padre sustituto en el
municipio a cuyo cuidado tiene cuatro menores de edad a quienes protege como si
fueran sus propios hijos, y no descansará en pedirle al Gobierno Nacional la
construcción de una casa partera en Tumaco.