Puede consumarse una gran injusticia en Cali con las comunidades afro del Pacífico: hay una persona que se quiere apropiar de un conocimiento tradicional y ancestral de unos 200 años para industrializarlo y convertirlo en su propiedad. Así como lo leen.
Así como en 2013 mediante un decreto intentaron prohibir a los campesinos almacenar sus propias semillas nativas, así como hay empresas que se han apropiado de la marca wayúu y los diseños étnicos para vender las mochilas por el mundo sin reconocerle un peso a las comunidades de La Guajira, en Cali hay un “empresario” que se quiere apropiar del viche (o biche), una bebida ancestral y artesanal, elaborada desde hace al menos 200 años por comunidades a lo largo del Pacífico colombiano.
De concretarse esta injusticia, pues le dirían a las comunidades que ya no podrían elaborar ni comercializar el viche, que esta bebida ahora tiene un dueño, así sus madres, abuelos, bisabuelas y tatarabuelos la vengan haciendo desde hace siglos, pese a que miles de familias viven de este producto y pese a que la bebida es usada por las comunidades con fines medicinales, ceremoniales y sociales. Pese a todo esto, le dirán a las comunidades que han sido despojadas de su saber ancestral, que el viche no es de ellos, que ya tiene un propietario.
La historia es así: Diego Alberto Ramos es un político y “empresario” vallecaucano que patentó la marca “Viche del Pacífico SAS” ante la Superintendencia de Industria y Comercio, también industrializó las recetas de la bebida y la registró ante el Invima. Posteriormente, se inscribió en el concurso del Festival Petronio Álvarez para poder ser seleccionado entre los artesanos del viche, comercializar su producto y posicionar “su marca” en este multitudinario evento, el más importante de la cultura afropacífica. Como era de esperarse, no fue seleccionado ya que su producto no es artesanal, es industrial. Además, no hizo la preparación en vivo como los demás participantes. Entonces el señor Ramos, exconcejal y exdiputado del Valle, entuteló a la alcaldía y al Festival Petronio Álvarez, exigiendo que su derecho a hacer empresa está por encima de los derechos de las comunidades e insinuando además que los destiladores artesanales eran antihigiénicos por no tener un proceso industrializado como él.
Este fenómeno de los “empresarios” que se apropian de saberes colectivos de las comunidades es frecuente en todo el mundo. Por fortuna el derecho ha avanzado y ya se habla del reconocimiento jurídico de la propiedad colectiva de las marcas y los saberes, es decir, que los conocimientos ancestrales así como sus técnicas, diseños, sabores, implementos, nombres, entre otros, son propiedad colectiva de las comunidades. Y es que no puede ser de otra forma. Es como si un día llegara una empresa y dijera: hemos patentado el ajiaco de modo que ahora todos los restaurantes de Bogotá nos deben reconocer un porcentaje de sus ingresos o dejar de cocinarlo o también como si una farmacéutica patentara el uso de una medicina tradicional de las abuelas. Así de absurdo es lo que está por suceder con el viche del Pacífico.
La cultura importa, no es un tema menor pese a que en nuestra sociedad sea tratada como algo accesorio. La cultura es lo que genera identidad regional y nacional, en otras palabras, nos sentimos colombianos, vallecaucanos y del Pacífico porque hay elementos como el viche que nos identifican. Si estos activos desaparecen o terminan asimilados por la industria y la sociedad de consumo dentro de algunas décadas dejaremos de ser quienes somos y nos habremos “globalizado” o peor, nos habremos vaciado culturalmente. Así de claro.
Una iniciativa ciudadana ya ha logrado que la Superintendencia de Industria y Comercio comience un proceso para cancelar la marca “Viche del Pacífico SAS” patentada por Ramos.