La oficina en la que trabaja Santiago Soto se llama Caballete Hermanos. Tiene cinco jefes que heredaron la empresa del doctor Caballete, que ya falleció. “Me tienen cuidando”, responde, cuando se le pregunta cuál es su función ahí. “Soy el guardián de ese sitio, pero no me pagan sueldo, pensiones, EPS, ARL, horas extras, dominicales, nocturnas ni días festivos”. “¡Venga a trabajar, papito!”, dice que le gritan los jefes: él obedece. En los hermanos caballete acomoda los lienzos. Todos los días, desde las 4:30 a.m., con ayuda de un colador de tela se prepara un tinto y, en medio de cada sorbo, toma un pincel, lo unta de pintura y se dedica a cumplir con sus obligaciones. La empresa se la inventó y se autoproclamó empleado, casi esclavo, de los caballetes a los que llama jefes. Los bautizó, terminó sirviéndoles a sus supuestos explotadores y se resignó al destino que lo convirtió en un hombre “sumiso y obediente”.
Para Soto la pintura es absorbente y exigente. La percibe como una amante posesiva, celosa y ninfómana que, cuando lo siente ausente, encuentra la manera de presionarlo para que regrese. A él no le gusta salir porque sabe que lo que tiene que hacer está frente a un lienzo: su mayor placer y su forma de contactarse con la vida. Hasta ese universo lo guiaron su mamá y sus tíos, que fueron los alumnos de su abuelo, maestro de pintura y dibujante dedicado. En su casa las tardes y noches se pasaban con las manos ocupadas con la arcilla, la cerámica, el grabado o la pintura.
Foto:Juan Camilo Segura
En Colombia la cara de Soto es conocida gracias a los papeles que ha interpretado en producciones como Bloque de búsqueda, El patrón del mal, Correo de inocentes y recientemente en la película Loving Pablo, en la que interpretó el papel del abogado de Pablo Escobar. “La actuación siempre me estuvo ronroneando”, cuenta, mientras también recuerda que desde sus tiempos en la universidad participó en sus primeras obras de teatro. Actuar le daba miedo, pero por medio de la terapia Gestalt, una psicoterapia que facilita la liberación de bloqueos, asuntos inconclusos y despeja el camino del ser humano hacia su fase más completa y creativamente viva, se decidió y entró a la Escuela del maestro Alfonso Ortiz en 1996.
Nació en Bogotá, creció en una finca en Cota, se fue cuando tenía 12 años para España, después pasó a Nueva York y ahí decidió que se quería morir en Colombia.
“Me cansé del primer mundo porque ya llevaba 16 años por allá y me llegó el momento de mirar hacia Colombia, de mirar el trópico. Me cansé de una sociedad llena de obviedades y arrogancia que no miraba al tercer mundo sino para explotarlo. De eso me di cuenta en Nueva York y me devolví a mí país, porque este es mi lugar en el mundo. No quiero ignorarlo ni dejarlo de vivir”, cuenta el actor, que se ve relajado: es alto, delgado, lleva puestos unos pantalones livianos color tierra y un suéter beige. En sus ojos no se ve mucha angustia, tal vez la normal, la que no le permite olvidar que tiene un hijo viviendo en un país que aún no tolera el disenso ni está preparado para vivir sin violencia. De eso no se olvida.
Las pinturas que decoran la casa de Soto tienen caras con bocas gruesas, cabello negro y crespo, dientes blanquísimos y piel oscura, que él pinta de color azul. La colección se llama “Afroditas”, mujeres afro que escoge por sus labores. Porque se identifica con la pasión con la que han enfrentado esta vida que a ellas, por su raza o su género, se les presentó distinta, como Shirley Campbell, poeta costarricense que escribió el texto Rotundamente negra, con el que Soto presentó su obra y con el que ella reafirmó el poder de la resistencia y la aceptación de unos genes privilegiados que algunos absurdamente han rechazado.
Rotundamente negra
“Me niego rotundamente a negar mi voz, mi sangre y mi piel.
Y me niego rotundamente a deja de ser yo, a dejar de sentirme bien cuando miro mi rostro en el espejo con mi boca rotundamente grande y mi nariz rotundamente hermosa.
Mis dientes rotundamente blancos y mi piel valientemente negra
Y me niego categóricamente a dejar de hablar mi lengua, mi acento y mi historia.
Y me niego absolutamente a ser parte de los que callan, de los que temen, de los que lloran.
Porque me acepto rotundamente libre, rotundamente negra, rotundamente hermosa”.
Foto: Juan Camilo Segura
Algunas de las mujeres que ha pintado Soto sonríen, otras se quedan mirando fijo y algunas quedaron congeladas con trenzas, que parecen indicar los caminos desandados de los negros de esta tierra que regresaron su mirada al continente de donde fueron arrancados. Se ven imponentes y seguras, algunas más alegres y dulces, otras serias y decididas. Soto las pintó con la sensibilidad de quien sabe que la sensualidad no se logra con las curvas más expuestas o la desnudez explícita, sino con el encanto de lo auténtico y la maravilla de la diferencia. Él a ellas no las ve negras, sino azules. “‘Afroditas’ es una colección de obras que hace un homenaje a África, a la mujer negra y a la herencia africana. Es un mensaje de rechazo total al racismo, a la estupidez de querer catalogar y clasificar a los seres humanos por sus rasgos y el color de su piel. Por eso es el color azul. El discurso pictórico es simple y directo. Es volver al retrato para contar sobre el yo”, dice Soto.
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Él guía a los que llegan a ver sus pinturas: “Haga un cono con la mano y pasee por todos los detalles, luego abra la mano y encuéntrese con el cuadro. La relación de la unidad con el todo y el todo con la unidad, y eso para mirar cualquier tipo de arte”, y luego le habla a Da Vinci, su gato, que lo acompaña en cada proceso del día que aprovecha como si le hubiesen acabado de decir que en menos de dos horas va a dejar de respirar. No quema su aquí y su ahora, los vive lento y todo lo hace con propósito.
Cuando era un niño, antes de irse para el colegio, Soto ordeñaba vacas, les daba leche a las terneras, limpiaba las pesebreras y lavaba el establo. Los azadones, palas, palines y barretones nunca han sido herramientas ajenas para él, siente un profundo respeto por la naturaleza y se conmueve igual con el arte que con el momento en el que se dedica a lavar los platos. Está presente y se dedica a inmortalizarse por medio de las caras de quienes nacieron con el color de la tierra en sus pieles.