Vivimos en una sociedad (la española) que no se considera racista. Y en esta sociedad, lo más progresista es el mundo de la cultura. Por abrumadora mayoría la cultura española se identifica con la izquierda, y por tanto antirracista. ¿Pero de verdad es así?
Tres echos, aparentemente sin conexión, han sido los que me han movido a escribir este artículo. Precisamente yo, mujer negra, que vive el racismo cotidiano, si les veo esa conexión racista.
El primero es la polémica suscitada tras la denuncia pública del Colectivo de actores y actrices negrxs de Barcelona a la Kompanyia Lluire por sustituir por un actor blanco un personaje negro del montaje de la obra “Ángeles en América” de Tony Kushner. Las hermanas barcelonesas argumentaban que si ya tenían que luchar contra la escasez de papeles para personas racializadas en el teatro español, sustituir los pocos que existen por por actores blancos, hacía todavía más escasas sus oportunidades.
Lo más alucinante de este caso no fue la propia invisibilización, sino la respuesta de del director del montaje y responsable del despropósito, David Selvas.
Selvas, no eludió el tema y en eldiario.e y con toda la cara del mundo, argumentó que creía que no habría encontrado un perfil (de actor negro se entiende) adecuado para el papel. Algo motivado, según él, “en la falta de oportunidades que tienen los actores racializados”. Ni siquiera hizo el casting.
En el colmo del despropósito, el director declaró al mismo diario: “Yo apuesto por que haya cuotas, y estoy en esa lucha porque también soy padre de una niña negra adoptada. También por eso pusimos un cartel para explicarlo durante la obra”. Además dijo no ver “contradictorio” apostar por dar más espacio a los intérpretes racializados pero no haber hecho nada para que hubiese un actor negro en la obra que el dirigía. “Contradictorio sería si no asumiésemos el problema, y creo que con esto que hacemos no pasará en otros compañías y teatros”,
Cuando leía estas declaraciones mi ira iba subiendo de nivel a cada palabra del director teatral. Este argumento de pedir cuotas (pedir que le obliguen a poner un número de actores racializados) pero negarse a hacerlo de motu propio, a pesar de que él tenía y tiene ,el poder para cambiar las cosas, de hacer ese gesto que no le dio la gana de hacer porque los actores negros no tienen el nivel para actuar en su compañía, es de una “jeta” tan grande que le retrata.
Solo por estas palabras debería recibir el rechazo de la opinión pública, pero solo ha tenido halagos por su montaje. La polémica ha sido mínima, y como suele pasar en estos casos, apenas le ha generado algún tímido reproche. Espero que algún día tenga que contarle a su hija negra que cuando tuvo la oportunidad de empezar a cambiar las cosas no lo hizo, porque esperaba que lo hicieran otros.
El segundo incidente sucedió en el Poetry Slam Madrid la noche de Halloween. Una de las poetas participantes se subió al escenario para hacer un homenaje a la poeta afroalemana ya fallecida May Ayim. Por supuesto no falto un blackface por todo lo alto.
El problema de estas cosas no es solo cuando se hacen, sino cuando se denuncian. Cuando algunas personas llamaron la atención en las redes sobre el blackface, la primera reacción fue la de siempre: ridiculización, insultos e incomprensión. La organización y la propia poeta se resistieron a ver el error y se tardó en reaccionar. He de decir que el vídeo y las imágenes de la performance han desaparecido, lo cual indica un cierto reconocimiento de la metedura de pata.
La tercera y más reciente es la polémica en torno a la columna de la periodista y escritora Lola Hierro en EL PAÍS, sobre una polémica con la presidenta de S.O.S. Racismo Madrid Paula Guerra.
La escritora, que suele apoyar en campañas antirracistas, se negó a publicar en su espacio en el periódico el texto de Paula para llamar a la manifestación de hoy en Madrid, ya que consideraba que tenía un tono hostil hacia el activismo antirracista blanco debido a que decía cosas como: el “activismo blanco-europeo”, un activismo que lanza un discurso antirracista moral y que se considera que es paternalista y que solo contribuye a la invisibilización de las voces de los implicados. La polémica siguió en las redes.
Lola Hierro no soportó el tono duro de Paula, y le pareció más importante escribir su propio artículo dejando claro que no todos los blancos son iguales, que ella no es igual y no es responsable. Es esa necesidad de sentirse bien y que se les reconozca, de ser protagonistas y ser validados como buenas personas
Ese artículo ha hecho mucho daño al movimiento de los racializados, ya que desde su tribuna y su poder ha desligitimado una manifestación que cuesta mucho llevar adelante, insinuando que los blancos no eran bienvenidos, lo cual es totalmente falso.
Los tres son casos diferentes, pero tienen algo en común: la capacidad que tiene el mundo de la cultura, básicamente compuesto de personas privilegiadas, para hacer daño a nuestras causas y además no asumir sus responsabilidades, ya que su moral y bondad está a salvo de cualquier crítica.
Debemos ser vigilantes con el mundo de la cultura, ya que bajo supuestos de libertad y creatividad se esconden prejuicios y comportamientos que nos perjudican, y que además no reciben la sanción ni el rechazo social. Debemos ser nosotras las que denunciemos estos comportamientos y pongamos delante de un espejo esas conductas infames en algunos casos, o poco reflexivas.
Las personas aludidas han tenido comportamientos racistas o como mínimo privilegiados. La cultura de un país es reflejo de su sociedad, y hoy España es un país racista.