Zapatos intercambiados, coloridos uniformes y pañoletas “afro” han coloreado las indumentarias con las que la delegación ecuatoriana en Tokio reivindica sus orígenes y reclama una buena suerte que le ha dejado por el momento dos oros y una plata.
El primero en causar sensación fue el discóbolo Juan Caicedo en el estadio Olímpico de Tokio, y no precisamente por sus marcas, sino por la indumentaria colorista que exhibió en la jaula de lanzamientos el primer día del atletismo en los Juegos.
Caicedo, que solo hizo un tiro válido, de 57,75 metros, y terminó decimoquinto en el grupo A de clasificación de disco, sin la menor opción de entrar en la final, lució un vistoso uniforme: por debajo de la camiseta oficial del equipo ecuatoriano vistió una malla multicolor (blanco, azul, amarillo).
Los calcetines, de un verde claro resplandeciente y unas zapatillas negras completaban la vestimenta del atleta de San Lorenzo y residente en Quito, que mereció un comentario en el blog oficial de World Athletics.
“Si la moda fuera deporte olímpico, Juan Caicedo sería aspirante a la medalla de oro”, rezaba el comentario alusivo al discípulo del español —cubano de origen— Frank Casañas.
No menos coloridas acudieron a sus competiciones las primeras medallistas ecuatorianas Neisi Dajomes y Tamara Salazar, con pañoletas “afro” con la que reivindicaron el origen de esta minoría de Ecuador.
“Significa mucho porque identifica nuestra tradición afroecuatoriana y porque también se nos ve bien”, dijo Salazar a poco de alcanzar la medalla de plata, según declaraciones a medios de comunicación.
Dajomes, explicó la atleta, es una hermana para ella porque se conocen y compiten juntas desde los 11 años, y antes de la cita olímpica decidieron usar esta prenda, que ya las había distinguido en participaciones internacionales anteriores.
La medallista de oro en 76 kilogramos confirmó por su parte que se trata de un acto reivindicativo: “Siempre la he usado, pueden revisar fotos de mis competencias anteriores. Es una muestra de respeto a nuestras raíces”.
Ahora, una de esas pañoletas podría acabar en el museo del Comité Olímpico Internacional (COI), después de que ese organismo haya enviado a Dajomes una carta en la que solicita una prenda de la competición.
Y del simbolismo al fetichismo, porque Salazar ha reconocido que, además de usarlas por ser bonitas, la pañoleta, “cada vez que la uso, me va bien”.
Estas pañoletas son una versión de los turbantes africanos que, en un inicio, fueron utilizados para proteger el cabello de las mujeres del sol y la exposición a otros factores, tras el intenso trabajo agrícola al que eran sometidas. En los siglos XVI y XIX fue que comenzaron a llegar los esclavos africanos al continente americano; lo que no dejaron atrás fue algunas de sus costumbres, así como sus vestimentas. El turbante, luego, se convirtió en un símbolo de lidereza (pues las mujeres escondían oro y otras cosas para escapar allí en sus turbantes) y después en un símbolo de identificación étnica.
Y si las pañoletas tratan de decir algo, no es para nada el caso de los zapatos bicolor de Dajomes.
En la final se la vio con una zapatilla verde y otra rosada, llamando la atención de numerosos curiosos, pero no ha sido ella la que ha dado la explicación a esa curiosidad sino su hermana Angie Palacios, diploma olímpico al quedar sexta en su categoría la semana pasada.
De 23 y 20 años respectivamente, comparten numerosas complicidades, entre ellas, la de intercambiarse las zapatillas, pero no ambas, sino un pie de cada par para cada una.”Yo también competí con una de cada color”, advirtió Palacios en declaraciones a EFE.
Sin ningún simbolismo de por medio —contó— un día decidieron usar cada una un zapato de la otra, y por ello, ambas lucen un calzado de cada color.
“Una sola vez intercambiamos y desde ahí nos quedamos con esos zapatos. Es el zapato que más nos ha gustado, que más se ha adaptado a nosotras”, concluyó. (D)