Fuente: El Espectador
Para muchos colombianos y extranjeros, la ciudad de Buenaventura los remite a un sitio donde llegan y salen barcos. Máquinas motoras que dejan sus mercancías o las recogen, para luego seguir el ciclo marítimo y comercial.
Pocas personas contextualizan que, además de un importante puerto sobre la ruta del pacífico, en este punto de la geografía portuaria orbital conviven, o intentan hacerlo, más de 500.000 personas que desde su fundación no encuentran respuestas reales a sus necesidades.
Las últimas décadas, Buenaventura sufrió una de las principales tragedias de su historia: ¡el Estado se retiró! Las empresas enteramente públicas levantaron la carpa y se fueron de esta región. La anterior presencia de entidades que copaban la escena en este territorio permitía dar la cara a la población y ejercer una especie de control social, económico y político. Sin embargo, decisiones de carácter enteramente estratégicas para los gobiernos del momento, permitieron que, al irse el Estado, esos espacios cambiaran de mano y pasaran a actores paraestatales. En esa zona delinquen paramilitares, grupos guerrilleros, narcotraficantes, delincuencia común y grupos criminales venidos de otros países. Y una inmensa mayoría inerme.
Este enjambre de forajidos, unido al desdén de todos los colombianos, facilita una especie de desorden como fórmula de gobernanza. Mao Tse Tung decía que había una forma de controlar su país: “el desgobienro como regla para gobernar”. Esa receta le funcionó a Mao porque era un líder todopoderoso y temido; por los lados de Buenaventura, esa idea le funciona a la oscura y perversa máquina de muerte que no tiene rostro. Ese desgobierno lo que ha logrado es capotear la verdadera ley.
La salida a esta endémica zozobra debe pasar por el inmediato y permanente regreso del Estado. No es la coyuntural y episódica presencia de la burocracia gubernamental regional y nacional de turno la que necesita Buenaventura. Es una decisión de todos los actores que conforman lo estatal en este territorio que llamamos Colombia los que deben instalarse en esta población.
El desamparo frente a la supervivencia ha llevado incluso, en medio del desespero, a algunas autoridades religiosas a encomendar a este medio millón de almas a una bendición enviada desde los aires. Imagen clara de deseperanza.
Ese retorno del Estado colombiano debe estar acompañado de un involucramiento definitivo de la sociedad civil. La presencia de ciudadanía es vital para garantizar una búsqueda palpable de las soluciones. Una especie de Asamblea Permanente Deliberativa por Buenaventura, donde quepan todos aquellos actores que no están en el ámbito oficial, para desde allí fiscalizar lo que hacen los representantes estatales que regresan al territorio, la transparencia en la utlización de los dineros públicos, además de proponer soluciones factibles a la encrucijada que en la actualidad tiene Buenaventura. Este cabildo no remplazaría las funciones legales y constitucionales del Concejo Distrital de la ciudad, la intención es involucrar más ciudadanía. Manos nuevas e ideas nuevas desde lo político y empresarial para resolver los conflictos.
Las soluciones a este laberinto deben pasar por los ojos de la clase dirigente de Cali. El enclave de Buenaventura en esta ciudad hace que esta problemática tenga dolientes efectivos. Las elecciones locales de la capital de Valle del Cauca deberían tener un capítulo especial para el tratamiento de las relaciones Cali-Buenaventura. Ojalá las culpas y disculpas no impidan abordar de manera franca esta situación que busca recurrir a una máxima en resolución de conflictos: “suave con las personas, duro con los argumentos”.
En cuanto a los aspirantes a las corporaciones públicas en Buenaventura, deberían proponer un pacto real frente a la vida y superar las discusiones banales y de coyuntura electoral. Antepongan sus ambiciones de ocasión y reconozcan de una vez por todas que hay deberes superiores que llaman a un consenso y depongan los espíritus frente a una realidad que reboza todo. El agua, unos buenos colegios y un hospital, deberían ser firmados y apostillados por cualquiera sea el ganador. ¿Es mucho pedirles?