Fuente: Pacífico Colombia
Leyendo el texto de Humberto Maturana “Emociones y lenguaje en educación y política” [1], me llevó a pensar en la discusión que siempre aparece en todos los encuentros y eventos de las organizaciones del movimiento negro/afrocolombiano: ¿Somos negros o somos afro? Esta es una discusión de nunca acabar, que cuando es traída a escena impide la discusión de cualquier otro tema polarizando las posiciones e impidiendo el diálogo en torno a la urgente necesidad de construcción de alternativas a la opresora situación que vive la población negra en Colombia.
Quienes se definen como “negros” y “negras” sustentan argumentos tan válidos política y argumentativamente como quienes se definen como “afro”. Identificarse como “negro” o “negra”, para quienes lo hacen, significa el reconocimiento de una relación de subordinación que tuvo su origen en la trata esclavista transatlántica y en todo el proceso de esclavización que terminó convirtiendo al ser humano africano en un ser sin humanidad, homogenizado bajo el término negro. Se reconoce que devenir negro o negra ha sido producto de un proceso de deshumanización del ser humano de origen africano, al que se le convirtió en objeto, en mercancía, en una cosa que podía ser comprada y vendida. Y si bien la esclavitud como institución colonial fue abolida legalmente en 1851, la condición subordinada y deshumanizada de la población negra permanece hasta hoy. Es así que se plantea que negarse negro o negar lo negro significa negar toda esta historia de opresión pero también de luchas y resistencias, “negar lo negro sería negar el proyecto de lucha libertario por ser un sujeto autónomo pleno en condiciones y capacidades para su propio desarrollo”. [2] Es más, se propone el derecho a ser negro como un proyecto frente a esa negación como persona humana integral. De esta manera se le otorga al étnonimo negro – negra un sentido positivo en contraste con sus connotaciones racistas.
El término afro se popularizó en los años 90 y quienes insisten en su uso argumentan la relación que el término permite establecer con el continente africano como el continente madre. Se afirma que lo afro nos vincula ancestralmente con África y nos otorga el valor humano que el término negro nos robó. Quienes defienden este término rechazan la denominación negro-negra como ofensiva y adjetivizante, ya que, aseguran, reduce a un amplio grupo de seres humanos a su color de piel. Se insiste en que los africanos secuestrados de África para ser esclavizados en América procedían de diversas culturas: ashantis, bantúes, yorubas, araras, carabalí, congoleses, mandingas, entre muchísimas otras, que fueron homogenizados bajo el término negro, que no sería así un etnónimo (el nombre que se atribuye el mismo pueblo) sino un exónimo, un nombre otorgado por otros y en este caso específico, para deshumanizar. El término afro pretende apartar al afrodescendiente de la asociación que se ha hecho entre lo negro y lo malo. No cuestiona dicha asociación, asevera más bien que “no tiene que ver conmigo, no soy negro, soy afro.” Se considera que “lo negro es una herencia de como el lenguaje imperial quiso que se nombrase a los otros, para –sencillamente- decir que eran bárbaros, salvajes, y que por tanto el régimen establecido era legítimo.” [3]
Ambas posturas, la que defiende lo negro y la que defiende lo afro, argumentan desde la importancia que el lenguaje tiene para construir realidades. La primera afirma que si bien lo negro ha sido construido como el lugar de todo lo malo y lo perverso, también es el lugar de la resistencia y de las luchas de liberación, por lo cual le da la vuelta al término y lo hace propositivo, reafirmando esas luchas y resaltando la belleza de lo negro, hace del cuerpo negro el lugar para la construcción de la autoestima y la valoración propia como individuos y como pueblo, como comunidades. Desde la segunda posición se plantea que el colonizador nos llamó negros para hacernos creer en nuestra propia inferioridad alienando nuestra psique, por lo que el paso necesario para la desalineación es el abandono de este término y asumir el de Afro.
Humberto Maturana nos dice que hay dos tipos de discusiones. Las que se resuelven fácilmente, aunque lo hagan poner a uno colorado, porque el desacuerdo solo tiene un fundamento lógico como cuando alguien afirma que la capital de España es Barcelona y la otra persona le demuestra que está equivocado, que la capital de España es Madrid. Ese es un desacuerdo trivial, del que nadie sale enojado, tal vez avergonzado. El otro tipo de discusión, en el cual casi siempre nos enojamos, es el de las discusiones ideológicas, es decir, el de las discusiones basadas en premisas fundamentales que cada uno tiene. Afirma Maturana que “esos desacuerdos siempre traen consigo un remezón emocional, porque los participantes en el desacuerdo viven su desacuerdo como amenazas existenciales recíprocas.” [4] En efecto, estas discusiones acerca de si lo negro o lo afro, son profundamente emocionales, a veces al borde de la histeria y el paroxismo por ambas partes. Esto se da así porque los “desacuerdos en las premisas fundamentales son situaciones que amenazan la vida ya que el otro le niega a uno los fundamentos de su pensar y la coherencia racional de su existencia.” [5] Desacuerdos como este no tienen la esperanza de ser resueltos.
Desde posiciones polarizadas como es esta discusión entre lo negro y lo afro, se juzga al otro como fundamentalista y se ubica a sí mismo en la verdad. Son discusiones, como las religiosas, que no se basan en la razón sino en la emoción, aunque por supuesto es racional para el que lo defiende. Se puede pensar en la tolerancia mutua, pero sería tratar de tolerar el error en el que el otro se encuentra, y al momento en que uno le diga al otro “estás en un error, pero te tolero” se reiniciaría la discusión. Tolerar es una manera de decirle al otro que está en un error, que aunque está equivocado lo aceptamos por un tiempo, por eso afirma Maturana que “la tolerancia es una negación postergada.” [6] Entonces ¿qué salida hay a esta situación?
La propuesta de Maturana es la de la aceptación legítima del otro en la convivencia. [7] No la negación postergada de la tolerancia sino la aceptación del otro como un legítimo, lo que me lleva a respetarlo. Maturana parte del amor como el sentimiento constitutivo de la vida humana. No se trata del amor romántico ni bobalicón, no, él le llama amor a esa necesidad del ser humano de vivir en comunidad, lo cual exige una aceptación mutua. Afirma que el amor ha constituido un modo de vida que ha definido a la especie humana desde sus orígenes. Es el amor expresado en el compartir todo lo necesario para la vida el que habría permitido el surgimiento del lenguaje. Lenguaje visto como acciones consensuales que involucran gran cantidad de emociones. Para Maturana esto está en la historia de nuestro linaje desde hace por lo menos tres millones de años.
El compartir y el vivir en comunidad es parte de nuestra historia como pueblo negro/afrodesciendiente. La competencia de la sociedad occidental no hace parte de nuestra historia ni como afrodescendientes ni como seres vivos, ya que “la historia evolutiva de los seres vivos no involucra competencia.” Lo propio de los seres vivos es la “autopoiesis y su correspondencia con un medio que incluye la presencia de otros y no los niega.” [8] La evolución de lo humano no se da en competencia sino en el compartir, por eso podríamos afirmar que la sociedad colonial patriarcal y racista occidental no ha evolucionado hacia lo humano sino que ha involucionado.
Si el amor es la emoción que ha posibilitado la historia de hominización, es a través del amor que se da la posibilidad de lo social, ya que sin la aceptación del otro en la convivencia no hay fenómeno social. [9] Esto nos lleva a pensar que no todas las relaciones que se establecen entre los seres humanos son sociales, pues no todas se fundan en la aceptación mutua. Más bien en el rechazo, la marginación, la deshumanización de unos por otros, por lo que no fundan comunidad social. ¿Estamos los afrodescendientes, negros y negras, estableciendo comunidad social entre nosotros y nosotras, o estamos reproduciendo la inhumanidad de la sociedad occidental? Esta no es por supuesto una pregunta para quienes todavía creen en el progreso, en el desarrollo, en las promesas de la modernidad, que exigen que unos seres humanos sean canibalizados por otros. Es una pregunta para quienes nos preocupa la unidad del pueblo negro/afrodesciendente, en el propósito de construir los otros mundos posibles que son ya una anticipación en muchas de nuestras formas de vida ancestrales como comunidad negra.
La salida, entonces, para lograr superar la discusión que nos tiene reflexionando es lo que Maturana ha llamado la objetividad entre paréntesis. Se trata de no adoptar la postura de pensarse o creerse poseedor de la verdad, porque en esta vía el que no está con uno está en contra de uno. El colocar la objetividad entre paréntesis implica que independientemente de lo que cada cual piense o crea (católico, evangélico, musulmán, negro, afro, homosexual, lesbiana, heterosexual) hay aceptación mutua, hay convivencia, el caminar y el construir juntos y juntas es posible. Lo contrario, el creerse poseedor privilegiado de la verdad, el creer que se tiene acceso al Dios único y verdadero, el considerar que el conocimiento válido es el propio, que las experiencias propias son las válidas, es estar en el camino de la objetividad sin paréntesis, la que implica una separación insuperable con los demás que no piensan como uno; en lugar de aceptación se produce rechazo por lo que se niega al otro, a los otros.
Esto no significa que tenemos que aceptar a todo el mundo aunque no nos guste; lo que significa es que aunque no nos guste lo que la persona hace o piensa aceptamos que eso que ella es, piensa o cree también tiene legitimidad. La objetividad entre paréntesis significa que no pretendemos que nosotros estamos parados en la realidad objetiva. Hay aquí una crítica profunda a la manera cartesiana de pretender conocer el mundo, por fuera de uno mismo, sin cuerpo y sobre todo sin sentimientos, solo con la razón, para que sea conocimiento válido y objetivo. Hemos sido formados en esa concepción cartesiana del saber y para defender nuestras verdades con frecuencia, en la vida diaria, acudimos a la supuesta objetividad de nuestros planteamientos, que lo que pretenden es ubicar al otro en el error. Si nosotros estamos en la verdad, necesariamente los demás están equivocados.
Ahora bien, no estamos hablando de ideologías y prácticas que no solo amenazan sino que destruyen la vida humana, como el fascismo, el racismo, el sexismo, el paramilitarismo, el capitalismo y otros muchos ismos inaceptables. El criterio es siempre la vida, no solo la humana, todo lo viviente, pero sobre todo la vida humana. En este caso Maturana afirma: “Me opongo a cualquier gobierno totalitario no porque esté equivocado, sino porque trae consigo un mundo que no acepto.” [10] No se trata aún aquí de definir quien está en la verdad y quien no, es más bien hacerse responsable de las propias negaciones.
La idea es conocer las propias limitaciones, reconocer que no estamos ubicados en una posición privilegiada que nos da acceso a una realidad y un saber trascendental, sino más bien que el otro es tan legítimo como yo y que también tiene acceso a sus propios saberes, a sus propias experiencias de vida.
La propuesta es, concluyendo, superar el ámbito religioso, ideológico, en el que se ha estado dando la discusión entre lo negro y lo afro en Colombia. Reconocer que es una discusión llena de emociones que se enmascaran en la racionalidad y que “nadie está intrínsicamente equivocado por operar en un dominio de realidad distinto del que yo prefiero.”[11] Hay que preguntarse si vale la pena gastar energías oponiéndose y hasta intentando destruir a quienes se reivindican negros/negras porque están equivocados o a quienes se asumen afro porque están en un error. Ese camino no conduce a ninguna parte que sea favorable para la población negra/afrocolombiana en general. Más bien hace el juego a quienes les conviene que nos enredemos en discusiones sin futuro mientras se expropia, se desplaza, se desterritorializa, se mata, se viola, se niega empleo decente y vida digna, en una palabra, se reproduce la inhumanidad de la población negra/afrodescendiente en todo el país.