Fuente: Semana Rural
GUAPÍ, CAUCA
Teófila Betancurt y otras mujeres de Guapi (Cauca) luchan por preservar las costumbres de su región por medio de la cocina y la siembra de poleo, orégano, cebolla y otras plantas.
El menú para Teofila era claro: aborrajados de maíz añejo. El tiempo de cocción: 80 minutos. Los ingredientes: un kilo de camarón traído por pecadores de la zona, maíz añejo que cultiva frente a su casa, coco y las hierbas de azotea que ha vuelto a incentivar en la región: poleo, orégano, cebolla guapireña, albahaca y, la más importante, chiyangua, también conocida como cilantro cimarrón.
Es una receta que conoce desde pequeña, la prepara desde los siete años. Su primera clienta fue su abuela, quien también le enseñó a preparar el plato, luego de varios intentos fallidos. Entonces, se dispuso a cocinar.
Seca el maíz, añejó durante varios días en agua y lo muele con cuidado. Después, en leche de coco le da forma a la masa, mientras en otro sartén hace un guiso con las plantas de azotea. Luego mezcla la masa en una combinación perfecta con el camarón.
Teofila Betancurt apana la masa, cubierta de ocho huevos de gallina criolla. El aceite caliente suena a lo lejos. Entonces, con el mayor cuidado, fríe todo.
Es una preparación que su familia ha hecho por generaciones. El plato es reconocido casi a nivel nacional por su sabor y por la tradición que carga. Para ella, una mujer caucana, es reflejo de la historia de su región en cada ingrediente, como también representa lo que ha logrado con su trabajo.
Chiyangua es otra forma de referirse a los Cimarrones, como llamaron a los esclavos que se liberaron durante las colonias.
©Fundación Acua 2020
Teofila es la creadora de la Fundación Chiyangua. Con su trabajo, desde 1994 más de 400 familias que hoy conforman la red Matamba Guasá han vuelto a valorar sus prácticas tradicionales.
Esto fue posible luego de que Teofila las perdiera por un rato. Es la primera de cinco hermanos. Desde muy joven fue destinada en su casa para ayudar, por ser la mayor. Le tocó crecer rapido, trabajar desde que tiene memoria y ayudar por sacar a su familia adelante. Así dejó Guapi (Cauca), donde nació y fue a Santa Rosa de Osos (Risaralda), donde tuvo a su primera hija. Tenía 17 años.
Allí fue estigmatizada por el color de su piel, origen y hasta su historia. Fue uno de los momentos más difíciles que le tocó vivir. No aguantó mucho y regresó a Guapi, volvió a estar cerca del río y a pocos kilómetros del mar. “Regresé y me volví a sentir yo, encontrarme con mi familia me dio fortaleza como mujer para volverlo a intentar”, cuenta.
Esa experiencia la marcó para crear Chiyangua, pues al regresar se dio cuenta del legado que escondía su casa. Su abuela fue una de las mejores parteras de Guapi “la vi salvar tantas vidas, recibir miles de partos”; su madre, una cantautora cuya música aún disfruta mientras cocina y su abuelo fabricaba instrumentos, como la marimba chonta, con un sonido que solo recuerda al pacífico.
Todas estas expresiones culturales marcaron su vida. Por ellas ha trabajado para cuidar este legado ancestral de las familias caucanas para que, a través de sus enseñanzas, pueda empoderar a mujeres a sentirse orgullosas de sus propias historias. De su identidad negra, cimarrona.
Empezaron con la cocina, con las plantas de azotea. Según la tradición, las mujeres en el Pacífico plantaban hierbas de todo tipo en las azoteas de sus casas. Con estas condimentaban sus alimentos para darles un sabor único y además cuidaban a sus enfermos.
“Antes toda mujer tenía una azotea, porque allí se cultivaban los primeros productos para la alimentación básica de una familia y también todo lo necesario para la medicina tradicional. Sin estas dos cosas no habríamos sobrevivido. Acá acceder a un médico es muy difícil y nuestra alimentación depende de la tierra y el lugar donde venimos. Eso nos ha permitido persistir en el territorio”, dice Teofila.
En el 97 tres municipios ya estaban vinculados a Chiyangua: Timbiquí, López de Micay y Guapi, y 90 personas hacían parte de la fundación. “Yo nací en una familia llena de saberes ancestrales, y me quedé corta -dice Teofila riéndose- todo lo que hacemos con la fundación es para que esos saberes con los que crecí no se pierdan. Que se les reconozca como parte fundamental del desarrollo de las comunidades”.
A pesar de no haber sido partera, cantante, música, artista, o curandera, Teófila encontró en las plantas ancestrales el mecanismo para cuidar todas las prácticas que su familia transmitió por generaciones.
Empezó a ir por los ríos, a cada vereda, y les contó a las mujeres que esos productos que se cultivaban en sus azoteas estaban acabándose. A partir de allí, la fundación creció. Más mujeres se vincularon y Teófila cumplía su meta: transformar la realidad de las mujeres, y empoderarlas a través de su propia identidad cultural.
Han pasado 26 años y su lucha sigue siendo la misma, cuidar ese legado. Fortalecer y mejorar la participación de la mujer afro en diferentes espacios teniendo en cuenta que su propio bienestar comienza por el de su familia y su comunidad.
Ese trabajo llevó a Teófila a ser reconocida en 2018 con el premio “Líder de Derechos Humanos” de la embajada de Canadá, que exaltó su labor por la equidad de género, el empoderamiento económico y la promoción de los derechos de las mujeres.
Chiyangúa hoy tiene tres proyectos base:
“Reafirmación de una cultura de paz sostenible en el postconflicto”, en el que busca promover espacios participativos para las mujeres en el marco de la paz y la justicia a partir de un enfoque de género.
“Comadreando para la consolidación de iniciativas de mujeres para su participación política y acceso a derechos, como estrategia de paz y reconciliación”, que busca promover espacios de protección de las mujeres con la finalidad de generar visibilización de los Derechos Humanos de las mujeres.
“Las sabedoras y sabedores vienen a mi escuela”, en el que promueven sus valores ancestrales en las escuelas del departamento centrándose en la cocina tradicional como promotora de los demás saberes culturales y ancestrales que promueven.
“Nuestra comida y Chiyangua significan mucho para mí. Son mis herramientas y las agujas que me ayudan a tejer. Son los caminos con los que quiero dejar huella. Mis aliados invisibles que mi familia me dejó, que me dan fortaleza y me ayudan a seguir adelante, no como Teófila, sino como mujer”, dice.
Todo eso se refleja en un plato: el aborrajado de maíz. Para Teófila siempre será el que mejor representa a su región y a su cultura. Un camarón que sólo se encuentra en Guapi y su madre siempre recogía en la cuenca del río. Un maíz que cultivó en su vereda durante toda su vida. Coco, un producto insignia del Pacífico y, lo más importante, plantas de azotea, esos productos que hoy, años después, permiten a Teófila mantener su cultura viva.